AMISTAD Y FRATERNIDAD.
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![]() He querido poner este título al artículo que me solicitó Jorge, seminarista de Puyo, porque me parece que refleja bien el encuentro con personas amigas y hermanas en mi última visita al Vicariato Apostólico de Puyo-Ecuador, recordando nuestro pasado, preocupándonos, a veces, por nuestro presente y proyectándonos hacia un futuro nuevo. Viajé al Ecuador porque tenía que realizar unos trámites ante la seguridad social ecuatoriana, buscando una jubilación que me permita vivir con cierta dignidad y sin depender de otros. Me acogí a un convenio hispano-ecuatoriano para poder recibir el fruto de los aportes hechos a la seguridad social, tanto español como ecuatoriano. Después de haber visitado algunas oficinas, atendido con mucha amabilidad, firmé ese convenio que me permitirá en un futuro próximo cobrar la jubilación necesaria para un hombre de la tercera edad. Tengo que agradecer a Lourdes y Carmita por todos los trámites realizados por ellas en las oficinas de la seguridad social, que han sido muchos. En el Seminario Santa María la Mayor me recibieron como “al fundador” de esta casa donde se preparan seis jóvenes para ser sacerdotes misioneros. El Padre Rector no sólo fue amable sino que me ofreció toda su amistad. En esta comunidad pude compartir, también, con estos jóvenes inquietos y “deseosos” de escuchar nuevas experiencias y un tanto “admirados” de que un Monseñor sea ahora hermanito obrero. Con algunos de ellos hice el viaje Quito-Puyo-Quito, donde ellos viajaban para su experiencia pastoral: el viaje en el bus de transporte público ofrece la oportunidad de poder compartir no sólo la palabra sino, también, esos alimentos que ofrecen a lo largo del camino mujeres sencillas que viven de la venta ambulante. Hice dos viajes hasta Puyo: en el primero de estos viajes estuve unas horas, y pude saludar a unos pocos amigos y amigas. En el segundo, más tranquilo, pude hacer toda una “visita pastoral” y llegar, incluso, hasta las casas donde viven las comunidades misioneras amigas y hasta esas familias que sufren por la enfermedad de algunos de sus seres más queridos. Me hubiera gustado llegar a todos, saludarles y compartir con todos, por ejemplo hasta Canelos para saludar a las Misioneras Teresitas, a Palora para estar con las Hermanas de la Familia de Corde Jesu e, incluso, hasta Sarayacu o Kapawi, pero la limitación del tiempo no me lo permitía. A Monseñor Rafael, mi sucesor en el episcopado, le saludé en el comedor de la casa central del Vicariato, donde compartía la mesa con algunos misioneros. Pronto me invitó a conocer algunas de las grandes obras de los últimos tiempos, y me alegré, sobre todo, de poder saludar a Isabel, Dominica de la Enseñanza, en el proyecto “Encuentro” donde ella trabaja, y a las Hermanas Clarisas en su nuevo Monasterio: ¡ estaban trabajando ! Me alegró que estas Hermanas vivan de su trabajo y se afanen por comer “del sudor de su frente”, además de rezar por todo el Vicariato. Visitamos, también, el Hogar de Ancianos y a las Hermanas Mínimas, siempre tan hospitalarias. La única celebración que presidí fue con un grupo de la Pastoral Familiar, animado por Sor María Martín, O.P., quien hace más de treinta años me habló de la misión de Puyo y me animó a dar algunos de mis años jóvenes a la Iglesia Misionera. Con ella y con las familias celebramos una Eucaristía cercana: ¡ muy familiar ! Como exigía el encuentro con familias muchas de ellas conocidas y queridas. Compartimos recuerdos, la mesa y hasta estuvimos entretenidos incentivados por algunas sorpresas. La fuerte lluvia me ayudó a entrar de lleno en ese espacio de Iglesia Misionera en la que había vivido más de veinte años. Pronto, tuve que regresar, nuevamente, a Quito, acompañado por el Padre Vicente, uno de los sacerdotes ordenados por mi e incardinado al Vicariato Apostólico de Puyo. Ahora, trabaja en el Vicariato de Méndez, y las largas horas de transporte público nos permitieron compartir su tarea misionera entre las comunidades indígenas de la selva y sus “proyectos vocacionales”. En Quito, además de seguir con los trámites de la jubilación, pude visitar a Hermanas de distintas Congregaciones con quienes trabajé en el Vicariato Apostólico de Puyo: con las Hermanas Oblatas, que trabajaron en Veracruz, con las Misioneras Dominicas del Rosario, que trabajaron en Intipungo y en el Barrio Obrero, con las Dominicas de la Inmaculada, que trabajaron en Intipungo y en el Colegio de Pompeya. Entre estas Hermanas pude apreciar el amor que tienen al Vicariato y “la nostalgia” por aquellos viejos tiempos. Estuve, también, con los Hermanos de la Sagrada Familia, con David, Pablo y un buen grupo de jóvenes ecuatorianos que se preparan para ser Hermanos. En la Conferencia Episcopal Ecuatoriana me recibieron como a un buen amigo sus trabajadores: quisieron escuchar mi “experiencia de vida”, tomamos un te juntos y compartimos la mesa; Mons. Antonio Arregui, Presidente de la Conferencia, quiso saludarme y yo le agradecí su cercanía. Con el arquitecto José Pio, arquitecto que tanto ayudó al Vicariato en sus proyectos de construcción, organizamos un viaje “vía Puyo”: Monasterio de los trapenses en Salcedo, Ambato, Baños y Puyo. Con los monjes pasamos unas hermosas horas, dispensados todos ellos del silencio monacal y manifestando la amistad y fraternidad que nos une. En Ambato, por falta de tiempo, no pudimos entrar a visitar a los Hermanos de la Sagrada Familia y conocer su nuevo proyecto educativo, pero sí llegamos al convento Santo Domingo para conocer las reformas que realiza en él el Arquitecto José Pio. En Baños estuvimos con el P. Antonio Cabrejas, antiguo misionero durante largos años en Puyo y ahora responsable del Santuario de Nuestra Señora de Agua Santa: me impresionaron, gratamente, todas las reformas que ha realizado en estos años en el Santuario y los gestos de amistad profunda a pesar de los años y de las distancias. Viajar hacia Puyo en transporte público me dio la oportunidad de encontrarme con algunos conocidos, y de poder compartir con el chofer sus preocupaciones familiares. Cuando quise pagar el viaje me respondieron que mucho tenían que agradecerme, que aceptara “viajar gratis”. ¡ Nuevamente en Puyo ! En la Misión, en la sala de la comunidad, me encontré con un misionero sacerdote muchos años en Brasil y que pronto me regaló su amistad: me habló de su parroquia y de los esfuerzos que hace por avanzar en la evangelización de este barrio de Puyo, de “sus recuerdos” misioneros en Brasil y de que, a pesar de su edad, está mejor como misionero que en su diócesis madrileña. La presencia de una Hermana, deseosa de ser misionera y llegada hace poco tiempo al Vicariato de Puyo, me habló de los riesgos y decisiones que hay que tomar para responder con generosidad a la llamada vocacional, algunas veces contraria al orden establecido. Con Monseñor Rafael y el Padre Francisco seguimos en nuestro afán por conocer novedades y proyectos nuevos: Parroquia Santo Domingo, Parroquia San Vicente, Parroquia de La Merced. Las ocupaciones de Monseñor en la Conferencia Episcopal hicieron posible que muy libremente caminara por las calles de Puyo, me encontrara con muchos conocidos y “perdiera el tiempo con ellos”. Me alegró visitar el Colegio Nuestra Señora de Pompeya y saludar a las nuevas Hermanas, llegar hasta el Colegio San Vicente Ferrer y saludar a buenos amigos, que no podían disimular su alegría por el encuentro. Me alegró mucho el compartir fraterno con las Hermanas de la Familia de Corde Jesu en Tarqui, con las Hermanas Misioneras de Jesús Hostia en Shell, con las Hermanas Carmelitas de la Divina Providencia en el barrio obrero de Puyo, con la familia Salazar-Chica, con la familia de Nestor y Lourdes, y el encuentro con la Señora Erlinda Chávez. Visité, también, a las Hermanas Mínimas encargadas de la Casa de Intipungo y quedé muy sorprendido con las ampliaciones hechas en esta casa de formación de catequistas, ahora Casa de Espiritualidad” y Seminario Menor. Pero, posiblemente, las alegrías mayores fueron estas: la Hermana Cristina, Carmelita de la Divina Providencia, me acompañó a visitar a una mujer joven, llena de vida en otros tiempos, que desde hace ocho años se encuentra postrada en su cama en estado vegetativo, y la generosidad de una madre que le cuida y acompaña. La visita a Lourdes, esposa de Roberto y madre de Paul, quienes fallecieron repentinamente. Y, llegar hasta la casa de Efrén y Silvia, ella postrada en la casa desde hace cuatro años, igualmente, en estado vegetativo. La visita a la Señora Zoila Ruiz, me alegró mucho, y pude agradecerle con mi visita todo lo que ella hizo en otros tiempos por la educación liberadora: con ella recordamos agradecidos a la Srta. Amada Chica Ayora y aquel encuentro en el que proyectábamos la coordinación de la Vicaria de educación y la formación de los maestros fiscales para la formación religiosa. Hubo tiempo para rezar “como uno más” en la pequeña capilla y participar en la celebración de la Eucaristía, también como uno más: cuando uno no preside la celebración se siente más cercano al pueblo y tiene la oportunidad de ser crítico consigo mismo, pensando en cómo compartir la palabra y la misma celebración cuándo “pretende ser” el centro de la misma. Con las Hermanas de la casa central pude ser cercano y agradecido por el servicio prestado a la Iglesia Misionera de Puyo. Pero, antes de terminar este relato, quiero agradecer, profundamente, a las Dominicas de la Inmaculada, particularmente a las Hermanas Norma, Marcela y Mélida, ellas me recibieron en el nuevo aeropuerto de Quito y me despidieron. Con ellas recordamos las alegrías de nuestros años misioneros en Puyo cuando “éramos jóvenes”, compartimos sobre nuestro presente en circunstancias bien distintas y “nos ayudamos” en esa búsqueda sincera de lo único necesario: “Solo Dios”. Gracias de verdad por ese almuerzo en la Casa Provincial y tantas muestras de cariño. Gracias Norma y Marcela porque se portaron conmigo como hermanas de verdad. Gracias Sor Mélida por su bondad, por acogerme en su casa como a uno de sus hermanos más queridos. Ahora, de nuevo en “mi pequeño rincón” de Lima-Perú quiero ofrecerles mi oración y ponerles a todos y a todas en las manos de Dios Padre: “Padre, tú nos conoces en todo lo que somos, en los dones y gracias que tú mismo nos has dado y, también, en nuestras debilidades. Te ruego por todos ellos, y te ruego, también, por mí para que sepamos crecer en esa amistad y fraternidad que TU nos has regalado. GRACIAS PADRE”.
Frumencio Escudero Arenas
Lima, Junio de 2013.
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domingo, 2 de junio de 2013
AMISTAD Y FRATERNIDAD.
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